lunes, 27 de mayo de 2013

Mis aventuras salvando animales

No recuerdo el día en el que me enseñaron que debía respetar a todo ser vivo de este mundo, no recuerdo que me enseñaran a amar la naturaleza ni a proteger a toda criatura que en ella habita. Simplemente creo que, como a la mayoría de personas les ocurre, es algo innato, algo con lo que se nace, esa necesidad de proteger a los que no se pueden proteger solos, de gritar y querer parar todo acto de explotación animal.

Podría relatar cientos y miles de historias que me han pasado desde pequeñita relacionadas con los animales. Hoy, os quiero contar dos y dos lecciones que los adultos trataron inútilmente de enseñarme sobre el respeto a los animales:

PRIMERA LECCIÓN QUE LOS ADULTOS ME ENSEÑARON SOBRE EL RESPETO A LOS ANIMALES:

El primer recuerdo que tengo sobre la necesidad de proteger a los animales, surge en el colegio, cuando a penas tendría 6 años. Estábamos en el recreo y escuché gritar a unos niños, vi corriendo a muchos profesores, me acerqué por curiosidad y allí estaba... la rata más grande que jamás he visto (o lo mismo eso me pareció a mi) la recuerdo como una criatura enorme, blanca, con un rabo larguísimo y rosa, la ratita estaba acurrucada en el fondo de un alcantarillado a merced de lo que los niños y profesores decidiesen hacer con ella. Empezaron a tirarle piedras y mi angustia cada vez era mayor, tenía miedo de aquel animal pero sentía la necesidad de socorrerlo, me puse a llorar y a suplicar que no la mataran, que estaba viva y que no hacía daño a nadie.

La verdad, todo lo que ocurrió después lo tengo un poco difuso... recuerdo que los profesores nos hicieron alejarnos del alcantarillado (que estaba levantado) y... cuando regresé a ver a la ratita... no se movía, no respiraba, ni emitía ningún ruido.

Aún tengo esa imagen en la cabeza y me angustia pensar que fue de ese animal. Esta es la educación medioambiental que nos enseñaban en el colegio... a asesinar a otros seres vivos por el simple echo de ser diferentes a nosotros, de matar por el miedo que ejerce la ignorancia sobre todo ser humano capaz de aniquilar a otro ser vivo sin razones.
Ese animal, no nos iba a hacer daño, simplemente, pienso, que se quedó atrapado o estaba herido... el último interés que tendría la pobre rata era atacar a los niños, razón por la cual, según nuestros profesores, ese animal no podría seguir allí y no se merecía vivir.

Sentí un terrible odio hacia los adultos, hacia aquellos seres que me estaban enseñando dos lecciones que jamás olvidaría:

- El ser humano se piensa superior a todos los demás seres vivos del planeta y por eso, puede hacer con ellos lo que le plazca y considere oportuno. 
- La ignorancia mata vidas.

Si señores, estos valores te enseñan en el colegio... menos mal que todavía quedan profesionales de la educación concienciados con el medio ambiente que jamás enseñarían a los niños esta clase de cosas.

SEGUNDA LECCIÓN QUE LOS ADULTOS ME ENSEÑARON SOBRE EL RESPETO A LOS ANIMALES:

Como muchos otros niños, (supongo) para desgracia de mi madre, desde pequeñita he tenido  la "terrible" manía de querer salvar a todo animal herido o abandonado que encontraba por la calle.

Un día, iba paseando con mi amiga Estefanía por el barrio cuando de repente, escuché un suave maullido. Mi mecanismo de defensa a los animales se puso en marcha y busca que te busca, encontré al animal que estaba maullando. No me lo podía creer, estaba debajo de un coche, aplastado por sus ruedas, tenía el cuerpo inmóvil y como aplastado , os lo juro, me impactó tanto esa imagen... el gatito, era anaranjado y tenía los ojos verdes, creo recordar. No sabíamos que hacer, eramos muy pequeñas e inocentes y pensamos, que como muchas otras veces, podríamos salvar a ese animalito.

Pensé, que el gatito tendría hambre y sed por lo que, le dije a mi amiga que se quedase junto a él y yo, corre que te corre fui a mi casa, que no estaba muy lejos para coger algo de comida. Tenía salmón que había preparado mi madre en la nevera y leche, lo metí en una bolsa y me disponía a salir de casa cuando... mi hermana, muy curiosa, me pregunto que qué hacía, se lo conté con pelos y señales y me dejó llevarle la comida al gatito.

Llegué de nuevo al lugar del crimen, allí estaba tendido, para aquellos entonces, como no... ya le había puesto un nombre "Flan", le partí el salmón en diminutos trocitos y le dejé la leche en un tupper junto a él. El animalito, levanto la cabeza, mirándome fijamente, con su cuerpo hundido en el asfalto. Pude observar, que "Flan" tenía agujeros en el cuello y cerca de la boca, por lo que no podría comer bien. El gatito, agradecido, lameteaba como podía el pescado que le daba... pero... aún sin tener conocimiento alguno sobre veterinaria, biología o cualquier otra ciencia encargada del estudio de los animales, supe, que aquella criatura no estaba bien.

No soportaba ver su dolor, ver su sufrimiento, su tortura... mi amiga tenía miedo pero yo.. decidí movilizar al gato, pedí  a Estefanía que me trajese una caja de cartón o algo para transportarle y llevarle al veterinario más próximo.

Teníamos a flan metido en la cajita de cartón, era un gato bastante grande y pesaba, asique, nos pusimos a llevarle entre las dos, camino al veterinario me empecé a agobiar y decidí avisar a mi hermana, mi hermana, que pensaba que el gato no estaba tan mal, bajó corriendo a ayudarnos para hablar ella con el veterinario (no creíamos que nos fuesen a hacer caso a dos niñas de unos 10 años), por aquellos entonces, mi hermana tenía 16 años y para mí era como una super heroína que todo lo podría solucionar.

Llegamos a la puerta del veterinario, tardamos ya que estaba bastante retirado de mi casa para ir andando con un gato a cuestas metido en una caja de cartón. Yo, no paraba de acariciar a Flan y de decirle que todo iba a salir bien... Una vez llegamos a la clínica, mi hermana, muy decidida, fue a hablar con el dueño de la misma, le contó que habíamos encontrado un gato atropellado  y que si le podía curar. Mi amiga y yo, acercamos hasta los ojos del veterinario (por llamarlo de alguna manera) al gatito, el muy.... del veterinario, dijo, que ese gato se iba a morir, que le dejásemos al lado de un contenedor de basura, que no se podía hacer nada. Os juro, que estas fueron sus palabras.

Así pues, los cuatro, mi hermana, Estefanía, yo y el gato en su caja de cartón, nos sentamos frente a la clínica llorando a moco tendido. El animal estaba demasiado herido y se podía oler su sufrimiento. Llamamos a mi madre enseguida para que "el ser supremo que todo lo sabía" nos diese una solución. Se quedó perpleja cuando escuchó lo que nos dijo nuestro amigo el veterinario y nos ordenó regresar al veterinario y dejarla hablar con él por teléfono.
El resultado fue el mismo, le dijo prácticamente lo mismo que a nosotras pero con otras palabras, ella, educadamente, según nos cuenta, le dijo a este espécimen que como podía haberle dicho eso a unas niñas, que eso no era ético y que alguien que es capaz de hacer eso a un animal no merece ser llamado veterinario, le suplicó que al menos le pusiese la eutanasia pero... como no teníamos dinero en ese momento se negó también.

A todo esto, el gato agonizando, tratando de luchar por su vida mientras el señor veterinario se negaba a socorrerlo y liberarle de ese dolor.

Mi madre, que a todo esto estaba en el trabajo, nos dijo que no nos moviéramos de la clínica y llamó a la protectora de animales, al ayuntamiento de Madrid y a no sé cuantos sitios más para denunciar lo que estaba ocurriendo en aquel momento.

Estábamos en aquella clínica, rodeadas de sillas verdes, se podía olfatear el miedo de los animales que allí esperaban su turno y de repente, el señor veterinario, que para nosotras era el señor "ogro malvado" nos llamó y dijo que le pondrían la eutanasia. No nos dejó pasar a despedirnos de Flan, no sabemos si realmente le puso la eutanasia o si murió agonizando. Queremos pensar, que Flan, se quedó dormido por el efecto de aquel fármaco. Pero... no lo sabemos, aún tengo pesadillas recordando ese día, pero sin lugar a dudas, luchamos por los derechos de aquel animal, luchamos por su derecho intrínseco a la vida y ya que su supervivencia era inviable, luchamos por que tuviese una muerte digna.

La lección que me enseñaron aquel día los adultos tuvo un doble significado para mí:
1. Hay seres humanos deshumanizados sin sentimientos ni corazón.
2. Hay seres humanos que luchando pueden hacer que el mundo sea un lugar mejor.









TODOS TENEMOS DERECHO INTRÍNSECO A LA VIDA Y LA OBLIGACIÓN DE PROTEGER A TODA CRIATURA QUE LO NECESITE.

No ignores su llamada de auxilio, no mires para otra parte, lucha y vela por su seguridad.

Mientras quede un niño que desee salvar a los animales del dolor, quedará esperanza para este planeta.


En próximas entradas relataré otras muchas aventuras y desventuras que me han hecho evolucionar hasta aquí, hasta la necesidad de proteger al medio ambiente ante la mirada fría de quienes piensan que no merece la pena.


Soraya R. Oronoz


1 comentario:

  1. Es curioso que haya esta discrepancia en nuestro planeta, unos matan animales y otros luchan por salvarlos, seguro que ellos no pueden decir gracias, pero te lo han sabido transmitir de alguna forma ;)

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