domingo, 19 de enero de 2014

Nadia, la desesperación de los zoológicos

Hoy, quiero contaros una experiencia personal.

Como muchos sabréis, hace unos años trabajé para un zoológico madrileño, y, por principios, tuve que dejar ese trabajo, bueno, pues, os voy a contar la historia de Nadia.

Yo, no entendía muy bien por qué la gente se quejaba de los zoológicos, consideraba que en ellos, los animales vivían bien, comían, dormían, jugaban...
Mi mayor ilusión era trabajar en un zoológico, para estar en contacto directo con los seres que más me fascinaban. Al principio, todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, conocí a Nadia.
Nadia, era una tigresa de bengala albina, había sido "rescatada" de un circo para ser encerrada en aquella urna de cristal en la que apenas tenía espacio para moverse. Hacía años que veía a Nadia desde detrás de la cristalera ya que, con frecuencia visitaba ese zoológico desde bien pequeñita pero, no había tenido aún el placer de conocerla personalmente.

A los dos días de empezar a trabajar en el zoológico, me la presentaron, era raro, Nadia no se movía  y estaba permanentemente encerrada en una jaula con barrotes grises y anchos. Su mirada parecía triste y su erguida cabeza parecía mostrar agresividad pero, solo reflejaba malestar y cansancio.

Un día, entré en la jaula con ella, estaba nerviosa, ¡podía acariciarla!, Nadia rugía, parecía agresiva pero, únicamente quería comunicar su dolor.




Cada día, acudía a mi puesto de trabajo y, podía escuchar a Nadia rugiendo sin parar, yo, no comprendía bien lo que pasaba hasta que... uno de los trabajadores, me contó que estaba enferma, que no podía levantarse, estaba paralítica prácticamente de cuello para abajo. Yo, le pregunté que por qué no la sacrificaban, era obvio que estaba sufriendo y, que no se iba a recuperar, él, tristemente, me comentó, con voz entrecortada que, a los visitantes les gustaba verla.

Este chico, me contaba cosas espeluznantes de mi puesto de trabajo y yo, le contradecía hasta que, miré a mi alrededor y vi la triste realidad...

Nadia, continuó sufriendo hasta el día de su muerte. Aún recuerdo sus atroces rugidos, era, como si pidiese ayuda de forma totalmente inútil.

Animales encerrados, enfermos, sin tratamiento por ineptitud del veterinario encargado, gritos, golpes, animales con actitudes estereotipadas, dolor, tristeza y mientras... la gente, detrás de los cristales tomando fotografías de su desdicha.

Al igual que Nadia, otros muchos seres permanecen en los zoológicos a la espera de su muerte, que será el momento de su verdadera liberación.

Los osos, no se ponen de pié para congratular a su público sino, para pedir comida porque están hambrientos, sí amigos,¡hambrientos!, el gorila no se golpea contra el cristal para llamar nuestra atención, sino porque tiene trastornos psico-afectivos derivados de su cautiverio, el león da vueltas al mismo círculo por desesperación, no por gusto y, por supuesto, los ponys que pasean a los niños del recinto no están contentos, no viven libres y felices, comiendo y bebiendo a su antojo sino que, viven encerrados en una pequeña cuadra de la que únicamente salen para dar paseos a niños que pesan prácticamente lo mismo que ellos.

En otras ocasiones os contaré alguna historia más, pero, para mí, es duro recordar estos momentos, no entiendo, por qué el ser humano hace estas cosas.

No os dejéis engañar, los zoológicos no son un lugar idílico, más bien, son un infierno para todos sus habitantes.

* La tigresa fotografiada no es Nadia.

Soraya R. Oronoz

4 comentarios:

  1. Que pena amiga yo voy aveces al zoo de Madrid, ya que esa es la ciudad donde vivo y no me esperaba esto, que triste.

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  2. Yo también iba muy habitualmente hasta que lo vi por dentro... desde entonces no he vuelto a pisarlo... mi dinero no irá destinado a mantener las cárceles de animales.

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  3. Qué conmovedora y triste a la vez. Fuera zoológicos

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    1. Si las personas no los visitasen, cerrarían muy muyyyyyyyyy pronto...

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